«ABORT MISSION»

Gallardón-man al rescate

“Las mujeres que se ven abocadas al aborto son las que menos formación tienen”. Fue la frase con la que  una tal Beatriz Escudero (PP) nos deleitó el martes en el congreso (tendré que hacer una de frases estelares).  Celia Villalobos (PP), muy ofendida, dejó la presidencia de la cámara baja y se negó a votar contra la moción que instaba al gobierno a no reformar la ley del aborto y que finalmente fue tumbada. Según las palabras de Celia Villalobos, abandonó el hemiciclo “por no compartir en absoluto la posición expresada por Escudero”. Celia Villalobos ha sido sancionada por su partido.

No soy el más ferviente defensor del aborto inducido. Pienso que debe ser un último recurso y no la primera cosa que pase por la cabeza de quien se queda embarazada de forma no deseada. También puedo entender las razones éticas por las que a mucha gente no le convence el aborto.
Sin embargo, hay que tener siempre presente que no pueden ser comparables los derechos de un feto, mientras este no es viable, con los derechos de la mujer que alberga ese feto. Porque más allá de creencias religiosas que no deben guiar nuestras leyes, no son lo mismo.
La primera línea de actuación, si se quiere luchar de verdad contra el número de abortos inducidos deberían ser las ayudas a la futura madre, la educación para evitar embarazos no deseados y la accesibilidad a anticonceptivos seguros. Muy al contrario, las actuaciones del gobierno van en la dirección de eliminar ayudas de todo tipo y a permitir que  la educación sexual en algunas escuelas concertadas y privadas esté contaminada, rozando la ilegalidad, por ideologías radicales que invitan a los alumnos a rechazar los preservativos por ser pecaminosos e ir en contra de la voluntad de Dios.

La realidad del aborto está ahí y el hecho de penalizarlo, no lo va a cambiar. Sin embargo sí que lleva a las mujeres, quienes no abortan ni por capricho ni por placer, a la clandestinidad. En ocasiones recurren a quien no ofrece ninguna garantía sanitaria, arriesgándose a daños físicos, psicológicos e incluso a la muerte. Aquellas mujeres que pueden pagárselo pueden comprar los servicios y la discreción de ricas clínicas clandestinas  o viajar a países en los que sí que esté permitido. Otra vez la diferencia de clases ¿quién dijo que no existía?

A todo esto irrumpe el señor Gallardón en la sala cual Tom Cruise en “Misión Imposible”, con su ego de superhéroe, dispuesto a salvarnos del pecado y llevarnos rectos por el buen camino. Decide, no unilateralmente sino “unipuntualmente”, condenar a las mujeres embarazadas de fetos con malformaciones a sufrir toda su vida y a ver cómo su hijo sufre toda la suya.  Una vida que estará exenta de  unas ayudas a la dependencia que el propio gobierno se encargó de finiquitar en favor del déficit. Pero ¿en qué piensa este señor? Por favor, ¡que alguien le quite el DVD de “el justiciero” que es de los que se emocionan rápido!
Estoy convencido de que esta parte de la ley, la más bestia, no llegará a aprobarse. La manipulación de masas está llegando a niveles tan altos que llego a pensar que esto es sólo una pasada de rosca hecha a propósito. Así, la gente se echa las manos a la cabeza, se centra en ese punto, y cuando lo echen atrás, aún tendremos que dar gracias. Pero nos habrán colado el resto.

René Favaloro (1998): «Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en sanatorios hacen fortunas sacándoles la vergüenza del vientre a las ricas. Con el divorcio decían que era el fin de la familia y sólo fue el fin de la vergüenza de los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar»

Damonro